En la calle llovía. Lua corría hacia el metro tapándose la cabeza con el periódico de la mañana. La ciudad hacía ruido, el ruido hacía daño en sus oídos. Bajó la escalera sofocada y se adentró en el mundo subterráneo. Había ríos de gente cerrando sus paraguas, gente con prisas, como ella. Compró un billete y se dirigió a la linea azul. Era de noche afuera, era domingo. Esas tardes de domingo tontas y tristes amenazadas por toda una semana que empezaba el lunes. En esa circustancia es normal que la gente esté un poco malhumorada, pero nadie había preparado a Lua para lo que le pasó ese día en el pasillo del metro. Fué en la estación de Bilbao, se demoró un poco en la taquilla comprando el billete y cuando echó a andar todo el mundo había ya desaparecido, como si se hubiesen puesto de acuerdo para marcharse a su casa a la misma hora. De modo que Lua avanzó por un pasillo desierto. Entonces vió venir hacia ella a un chico joven, bien vestido, le miró un momento mientras se iba acercando, se dirigía a la salida.
Y justo cuando los dos se cruzaron, de repente se volvió hacia ella y le escupió a la cara. Así, sin venir a cuento. Y siguió adelante como si tal cosa.
Lua nunca había experimentado una sensación tan vejatoria como aquella. Se volvió hacia atrás para mirar a ese cabrón con la intención de gritarle algo, de preguntarle por qué, de insultarle...Pero las palabras no le salieron de la boca, y se quedó allí, con el escupitajo resbalando por su mejilla poco a poco, mientras la más absoluta humillación se iba apoderando de ella, la sensación de ser algo así como una cucaracha aplastada por un zapato.
Cuando consiguió reaccionar un poco se sintió sucia, incapaz de mezclarse con la gente en un vagón del metro, en un espacio tan cerrado como ese, sin escapatoria. Se volvió en dirección a la salida, despacio, y despacio fue subiendo las escaleras, hacia el exterior, donde aún llovía. Salió hacia la noche oscura, se quitó el abrigo, tiró el periódico, y miró hacia el cielo para que el agua limpiara su rostro manchado, la inundara toda, la purificara, mientras pensaba que no había una razón para lo que había ocurrido, que todo era absurdo, que así es el mundo en la ciudad, donde puede pasar todo. En cualquier momento. Sobre todo un tonto domingo por la tarde.
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