BESOS 2054
En el vagón del metro Lua pensaba esa mañana que la vida era imprevisible. Aún estaba inmersa en su mundo de sueños como si la realidad circundante no formara parte de ella. Un mundo en su cabeza, llena de imágenes del pasado, de historias que ya no existían. Miraba frente a sí y no le decían nada las caras de la gente que compartía ese espacio con ella. No las veía. Lua se veía a sí misma en otro tiempo, en un vagón igual que este, un poco más mugriento, si cabe, más viejo. Se veía a sí misma abrazada a Julián, los dos muy jóvenes, los dos muy enamorados de la vida, ajenos al resto del mundo, besándose con furia en la boca. Mirándose a los ojos que lo eran todo, apretándose el uno contra el otro como si aquello fuera a durar siempre.
Lua en un momento de lucidez miró alrededor y se dio cuenta de que ya no había jóvenes besandose en el metro, de hecho, pensó, hacía tiempo que no había visto a nadie demostrandose esa pasión sin límites en publico. A su alrededor sólo veía rostros desganados, demacrados, como autómatas, cada uno a su destino de todos los días sin alegría en los ojos, sin mirarse. Recordó cómo en un tiempo la vida era un tesoro incommensurable para ella, para muchos otros, la gente como ellos vivía realmente, disfrutaba de las cosas pequeñas y hermosas del mundo. Se preguntó qué había pasado, por qué las calles estaban cada vez más vacias, por qué la gente iba con tanta prisa de un lado a otro, hablando siempre con los móviles en la oreja, qué barbaridad, nadie hablaba realmente con nadie.
Los jóvenes, ella lo sabía, se encerraban en sus casas pegados a su ordenador, que era todo su mundo. Ese era ahora todo su mundo, falso, impersonal, a pesar de que el sol seguía saliendo todas las mañanas con la misma luz y de que el ocaso conservaba todos los días la misma belleza infinita, ignorado por todos esos seres que ya no tenían una existencia real.
Lua salió del metro como todos los días, casi dormida, con una sensación de vacío cada vez más grande, de soledad, salió a las calles que habitaban seres ahora virtuales, sin vida en los ojos. Y sintió de repente un impulso, con tanta fuerza que supo que no había nada que pudiera detenerla. Miró alrededor, buscó una boca, la primera que se le cruzase, y vió a un hombre que se dirigía hacia la entrada del metro, donde ella estaba. Y LUA LE BESÓ. Con toda la furia de años acumulada en su boca, y el hombre asustado se dejó besar, al principio con los ojos muy abiertos, sin saber qué estaba pasando, pero luego los cerró y correspondió a aquél beso con convicción, y la ciudad se detuvo un momento sorprendida, mirándolos, y Lua pensó que era el acto de rebelión más bonito del mundo.
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