Ando rondando por mi habitación esperando la inspiración última que me ayude a explayarme, a contar las cosas que me han ido rondando por la cabeza estos últimos días, me alejo un poco y vuelvo, y no puedo, y no me atrevo... No encuentro el momento en que de repente sepa como expresar todo eso en palabras.
Pero ha sido un verano largo y caluroso, y poco a poco la apatía me estaba aplastando, y mi cuerpo estaba como dormido y sin deseos, aletargado, así como replegado en sí mismo. Y yo como dentro de una burbuja, nada receptiva, un poco perdida...
Atravesé el desierto en esa tierra sorprendente y el sol quemaba, y el coche no tenía aire acondicionado. Y llegamos al mar y enseguida la humedad suavizó mi piel resquebrajada y seca de tanto tiempo.
Impaciencia. Nada más sentir ese olor a agua salada. El agua que me llamaba de lejos.
Y al anochecer nos dimos el primer baño mientras la luna asomaba entre los cerros pelados de San José.
A la mañana siguiente, temprano, nos fuimos al encuentro de esas playas increíbles a las que se llega por un camino de tierra que te encuentras de pronto serpenteando en un desierto como de Africa...
Y allí estaba ese mar enorme y las olas de pronto atrayéndome como un imán y sin pensarlo más me sumergí entre las olas y me encontré otra vez con ese mundo irresistible y mientras las olas me zarandeaban me puse a cantar como una loca y gritaba !VEN MAR! y la apatía desapareció de pronto y el mar me despertó los sentidos y por la tarde hicimos el amor como hacía tiempo, con esa fuerza que hasta entonces me faltaba y después respiré hondo y le dije
EL MAR ME SIENTA BIEN...
el mar me sienta bien...
Y no podía dejar de sonreír.
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