11 octubre 2006

ROJO


Cuando Lua despertó habían desaparecido los colores. No todos los colores. Todos menos el rojo. Todo era rojo a su alrededor. Y en su cerebro. Un rojo estridente lo envolvía todo. Y cualquier sonido acentuaba el tono hasta hacerlo de un chillón insoportable. La gata roja se desperezó estirando las patas y el rabo y abriendo la bocaza llena de rojos dientes, y después se la quedó mirando como pidiendo explicaciones.

Pero Lua no tenía explicaciones. Todo era confuso para ella. La mañana en su habitación, ese amanecer robado que tenía que haber sucedido en otro sitio. Se llevó las manos a la frente dolorida como una herida abierta, sin comprender nada. Sin recordar nada. Miró la botella vacía y la cama revuelta, roja como sangre. Apenas un pequeño suspiro de aire consolaba sus pulmones hinchados. Y por un momento que se convirtió en una hora se dedicó a inspeccionar sus recuerdos, por ver si alguna luz más blanca aclaraba un poco tanta confusión.

Llegó de esta manera a algunas conclusiones. Recordó que tenía que haber tomado un vuelo, recordó la razón por la que no lo hizo y en ese momento su vientre despertó y le trajo a la mente el recuerdo de la noche pasada. Un rastro de tormenta de colores. De sensaciones intensas y casi dolorosas de puro placenteras. Cerró los ojos y se acarició despacio recorriendo su piel que sabía más que ella misma. Y que le pedía más.

Pero no había más.

El se había marchado. Había desaparecido de su vida tan rápidamente como llegó a ella, como si nunca hubiese estado a su lado. Se esfumó como vapor de agua hirviente. No estaba. Ya no estaba. Las paredes entonces se volvieron más rojas aún. Hasta que llegó la tristeza. Y la tristeza fue cambiando el color de las cosas, y el rojo se fue suavizando y se fue convirtiendo en un azul desvaído.

El gato se alejó por el pasillo, despacio, dejando tras de sí un rastro de luces azules.

En la calle la vida comenzó de nuevo, una ambulancia pasó por debajo de la ventana con la sirena estridente dando vueltas, la ciudad empezó a bullir. Un rayo de sol iluminó el azul de las paredes. Y Lua se acercó a la nevera, y la abrió, y sacó un yogur y se sentó a la mesa y pensó que ya era hora de desayunar. Y pensó que cuando ya lo hubiera hecho, estaría en condiciones de proseguir con su vida.

Y así, mientras con algo de desgana daba cuenta de ese pequeño refrigerio, recordó también un sonido insistente que la había estado importunando parte de la noche. Recordó el sonido del teléfono.

El teléfono que ahora reposaba azul y silencioso en el suelo de su habitación.

6 comentarios:

  1. Sigue por favor, sigue... te leo también algo ansiosa esta historia por entregas.

    Otro abrazo :)

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  2. Te digo lo mismo q Tha, sigue sigue!.
    Muy buena niña, muy buena; no te nos canses

    Un besazo

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  3. Y yo...sigue sigue...
    ...quiero saber más...¿quién la llamaría por teléfono?...¿A dónde la iba a llevar el avión?....

    besitos

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  4. Has vomitado dos relatos llenos de dolor y placer.

    ¡Enhorabuena otra vez!.

    Da un abrazo a Lua y otro a ti misma...

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  5. Leer tus historias es como si las contaras con música, café o cervecita.
    La intimidad sentida muestra que quien lo escribe se deja traslucir por entre las palabras.

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  6. Anónimo1:03 p. m.

    Historias íntimas, teñidas de dolor y soledad, sin colores melodramáticos, como asumidas. Me ha gustado ;)

    Un beso Mª José

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