24 noviembre 2007

Pelota


Marciano se compró una pelota y se puso a jugar en su jardín.
Era una pelota verde y redonda. Pero claro, si no fuese redonda no sería una pelota. Siendo verde, podía ser muchas cosas, pero si no fuese redonda, una de esas cosas no sería una pelota. Puede ser un pimiento, una hoja verde de un árbol, un cocodrilo verde y largo de más de tres metros, un coche verde, no sé, cualquier cosa.
Pero lo que se había comprado Marciano era una pelota. Y jugaba en su jardín tan contento como si fuera un niño. Y ya no lo era, vive dios, que estaba a punto de entrar en la cincuentena, qué horror!, pensaba Marciano. Y por eso se había comprado una pelota. Para demostrar a todo el mundo que la edad que iba a alcanzar sin remedio en pocos días no tenía nada que ver con su espíritu juvenil y aventurero.
Llevaba jugando unos tres cuartos de hora largos cuando se dio cuenta de que no iba a demostrar nada a nadie de esta manera. Más que nada porque su jardín estaba en la parte de atrás de su casa, escondido a los ojos de cualquiera que no entrase expresamente. Y no entraba nadie últimamente, la verdad.
Además, un dolorcillo incómodo se estaba ya instalando en su espalda a la altura de los riñones, y su corazón latía un poco desbocado. Así que decidió dejarlo. La pelota dejó de botar, y se quedó quieta y mustia a los pies de Marciano, que la miraba indeciso y un tanto pensativo. Y pensó y pensó. Y pensó. No sabemos qué extraños pensamientos rondaron por su cabeza en ese peculiar lapsus que sucedió al juego. Pero tuvo que ser algo trascendental y decisivo, algo que hizo actuar a Marciano con una decisión inquebrantable y que cambiaría su vida para siempre, aunque no se pueda entender por qué.
Cogió la pelota verde y la plantó en el huertecillo que tenía en un extremo del jardín, junto a los tomates y las berenjenas. Y después enchufó la manguera y la regó generosamente. Y se sentó a esperar. Y esperó. Y esperó mucho tiempo. Y se hizo la noche. Y amaneció. Y se puso a llover, y después escampó y salió el sol y tras el muro del jardín apareció de pronto un arco iris que sólo era verde, muchas formas de verde, verde en todos los tonos.
Y una ramita verde y redonda empezó a asomar justo por encima de donde había plantado la pelota, que más que pelota debía ser una semilla enorme, que dio fruto.

Y el fruto creció. Y lo inundó todo.

2 comentarios:

  1. Mariajo , ¿ no has pensado en dedicarte a la escritura profesionalmente ? ...chiquilla como me gusta leerte ...


    yo ya no tengo jardín pero voy a ver si planto unos calcetines o algo raro a ver que pasa ..


    besos

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  2. A la escritura profesionalmente! Lolita, eso es muy difícil!
    Y yo escribo unas letrillas, pero si tuviera que escribir un libro...Eso son palabras mayores!
    Gracias Lo, un besazo.

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