02 abril 2007

Esta noche hace frío en la cueva. Los troncos secos que trajo Hane hace unos días se han terminado, y nadie se atreve a salir a por más, porque fuera ruge la tormenta, un rayo quemó el árbol gigante que progegía la entrada, y los lobos pululan por los alrededores oliendo nuestro miedo. Aún no se han atrevido a entrar, porque queda en su memoria algún rastro de recelo por la partida de caza que organizaron los hombres de nuestro campamento hace dos lunas. Pero en cualquier momento ese recelo puede desaparecer. Y pueden atacarnos.
Sólo queda en el hogar un rastro casi extinto de brasas brillando en la oscuridad. Los bebés lloran, de frío y de hambre, y las madres sólo pueden acercarlos a su cuerpo para darles un poco de calor, porque de sus pechos ya no sale ni una gota de leche. La tormenta hace retumbar las paredes de nuestra cueva, y ya ni las pieles de búfalo que nos cubren pueden resguardarnos. Esta madrugada Minal ha aparecido muerta, no ha resistido las horas de la noche, tenía demasiados años ya a sus espaldas... Sus hijos mayores la han envuelto con juncos secos entrelazados y la han enterrado a unos metros de la cueva, cuidándose de que el viento soplara en dirección contraria para que las alimañas no pudieran captar su olor. No han llorado, no les quedan lágrimas. Cuando han vuelto nos han recordado a todos que la memoria antigua que atesoraba su madre debe conservarse y propagarse en las generaciones venideras, ella era la última de aquella especie desaparecida, la única que había vivido antes de la ecatombe. El fin de los tiempos, de la civilización. Aquella era mágica donde aún existían esa cosa llamada "las estaciones", el tiempo cambiante según la época del año, la primavera cuando los campos se llenaban de color y de flores. Dicen que las flores eran algo maravilloso, surgían de la tierra y estaban hechas de una materia suave y llena de fragancia, un tesoro que no se ha vuelto a ver y que ahora no podemos ni imaginar... Cuando los hombres vivían en lugares resguardados construidos por ellos mismos, con agua corriente, calor en invierno y fresquito en verano (otras dos de las llamadas "estaciones") Tenían una especie de habitáculos con ruedas que podían moverse solos por las calles. Las calles eran caminos rodeados de casas, las casas los lugares donde la gente vivía.
Todo esto nos suena a leyenda por más que los más ancianos nos hayan repetido infinidad de veces que era cierto. De algún modo nuestros antepasados no lo hicieron bien y acabaron con toda esa forma de vida que ahora nos parece un sueño...
Y esta es la herencia que nos ha quedado. Frío por siempre, oscuridad por siempre, miedo y desaliento. No sabemos avanzar. Este planeta apenas contiene materia util y ya no encontramos la manera de recuperarlo, si es que alguna vez existió algo más amable que estas tinieblas y esta tierra yerma.

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