28 enero 2007

PEREZA

Domingo por la tarde. En estas tardes frías de invierno apetece tumbarse a la bartola en un sillón. Prepararse un té calentito y degustarlo tranquilamente mientras leemos un libro o vemos una peli, la que sea, evadirse y olvidar que mañana es otra vez lunes, que hay que ir al trabajo y soportar horas y horas de rutina que nunca acaba.




Yo he sido siempre una buena lectora. Las horas muertas con un libro en la mano, perderme en la historia de turno como si allí mismo viviera, transformar mi mundo y dejar que mi cabeza se llene de pájaros, que se queden ahí mismito a vivir en la casa de Antoñita la Fantástica. Aquella niña traviesa y loca que nos contaba las aventuras de sus vecinos y las ausencias de su mamá, esa mamá sofisticada e inaccesible que solo de vez en cuando se dejaba ver cuando a la hora de dormir le daba a su hija un beso de buenas noches...




Antoñita la Fantástica y una caja de lápices de colores. Escribir cuentos a la luz de la tarde en el patio, dibujar princesas. Jugar al escondite con algunos amigos. Al plantao. A la comba. Ir al cole y que ese día haya fiesta:


"Esta tarde de paseo, esta tarde de paseooo"




Por las mañanas, bien temprano, colocarse en formación como un pequeño ejército y cantar el cara al sol con la mano en alto. En el recreo, con un vaso de aluminio en la mano, hacer cola para que nos repartieran una especie de leche en polvo rarísima que nos había enviado quién sabe quién. A todos. Aunque en casa no nos faltara la riquísima leche de vaca recién ordeñada en la vaquería del paseo...


Después creces y no te lo puedes creer. Y entonces comprendes cosas.


Pero no en aquél entonces. En aquél entonces te dedicabas a degustar la infancia, esos años mágicos. Sin hacerte preguntas. Luego al pasar los años intentas cada día retener un poquito de aquella fantasía tan efímera. Esa ilusión y esos días laaaargos y llenos y esos años interminabes, que parecía que no acabarían nunca. Unas veces conseguimos una sensación parecida, pocas veces. Casi siempre puede el olvido y la rutina. Pero no siempre.



Se acaba la tarde y el libro reposa en la mesita de al lado. Mañana es lunes.


No te rindas.


NO TE RINDAS!


9 comentarios:

  1. Me ha causado simpatia tu relato

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  2. Estas invitada a la presentaciòn de mi antologìa este miercoles 31 en Madrid.

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  3. Excepto porque no llegué a la leche en polvo ni al cara al sol, lo que cuentas es tan mío...y eso, rendirse? NUNCA!!!
    Muchos besos.

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  4. Cierto, la infancia debe ser para disfrutarla, la mayoría creo que tenemos buenos recuerdos de aquella época aunque existiera una realidad menos feliz. No nos dábamos cuenta, nos dedicábamos a ser niños.

    Besos, Mª José.

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  5. Vaya paseo bonito por tu infancia...feliz semana, mariajo
    besos

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  6. Si, ser niños. Mola. Ahora somos, a veces, niños derrotados, y tristes. Muy tristes.

    Besos

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  7. ¡Carlitos!

    :)

    (Ese es el espíritu, sí: nada de rendirse, a seguir...)

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  8. Anónimo9:36 p. m.

    Bién, lo del libro bién. Lo que viene siendo la cosa cultural y eso de la lectura mayormente bién.
    Pero sienta mejor un bailoteo de unas dos horitas. Yo me levanto a las 6,30 pero cuando llega la tardeeeee je je je je.
    Al dia siguiente puedes estar matá de sueño pero del resto....
    Ay si me hicieras caso jodia

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  9. Anónimo9:58 p. m.

    No hay más que mirarte a los ojos para ver esa niña, o leerte...
    ¡No te rindas!

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